Clak. Clak. Clak. Clak. Sus pasos eran firmes, aunque a veces parecía a punto de derrumbarse, pero volvía a mirar al cielo y seguía caminando.
La lluvía empezaba a caer cada vez más fuerte. Ella no quería volver a su casa, a su prisión de soledad. Estaba en una calle llena de edificios iguales, de base cuadrada y formas angulares. Podría haberse resguardado de la tormenta en uno de los soportales, pero eligió quedarse sentada en un banco. Qué monótono era todo, pensó. Qué deprimente y qué aburrido. Nadie sale en los días de lluvia. Poco importaría que ahora hiciese algo extraño, estúpido, algo que no haría delante de gente. Nadie lo iba a ver. Sonrió ante esta perspectiva.
A estas alturas, la noche había llegado a la ciudad y su ropa estaba empapada, los zapatos llenos de barro, su pelo castaño se había rizado completamente, el rímel se había corrido y únicamente sus labios rojos seguían intactos, impunes al aguacero.
Se levantó del banco y comenzó a desabrocharse los botones de su abrigo...
***
Escribía un poema para una chica. Una chica que no le quería, hablaban a veces y quedaban juntos, pero nada más. Ni siquiera podía decir que eran amigos.
No recordaba ya el número de versos que había anotado en aquella libreta. Y todo para que ella no los leyese nunca.
Hacía unas horas había comenzado a llover. Pensó que este tiempo iba con su estado de ánimo. Tal vez fuera un poco masoquista, pero quería oír la lluvia y sentirla esa noche. Se puso su cazadora de cuero y bajó corriendo las escaleras. Probablemente en la calle no habría nadie; nadie estaba tan loco como para estar fuera de sus casas con la tormenta (sí, eso había sido un trueno); pensaba que sólo él estaba por encima de ese racionalismo absurdo. Y mientras la imagen de la chica que le gustaba iba desapareciendo de su mente; intuía que algo nuevo, fuera de lo común, iba a sucederle.
Cuando abrió la puerta del portal se quedó fascinado.
Había una chica en la calle (aún estando diluviando). La chica se había deshecho de su abrigo y bailaba descalza con unos tacones en las manos. Tenía los ojos cerrados; no le había visto todavía.
Se acercó poco a poco a donde estaba ella y, cerrando los ojos, comenzó a bailar también. Era una danza inquietante, llena de movimientos extraños y delirantes, en la que ambos se habían sincronizado a la perfección.
La chica había notado en un momento como si alguien bailase con ella. Pero no era posible con aquella lluvia. Así que apretó los ojos más fuerte y continuó bailando. Le gustaba la sensación de no estar sola. Quiso simular que danzaba con alguien y, tirando los tacones al suelo, alzó las manos.
Un ruido cercano, distinto a los relámpagos, le había sacado de su ensimismamiento. Abrió los ojos y pudo ver como ella había tirado sus zapatos al suelo y entregaba sus manos a alguien. ¿A él? ¿Ella se había dado cuenta de su presencia? Se aproximó a la chica y pudo ver su cara. Era bella, pese al rimel corrido. Su pelo alborotado tenía una gracia inusual y sus labios, rojos, estaban torcidos en una traviesa sonrisa. Se había enamorado. ¿Cómo podía haber estado escribiendo poesías aquella tarde a una chica a la que realmente no quería? Era a ella, a esa loca que bailaba bajo la lluvia descalza, a la que amaba. Era increíble.
Tímidamente, posó sus manos sobre las suyas y bailó con ella al son de la lluvia.
La chica abrió los ojos. Sí, era él. No le conocía, no le había visto antes, pero era él. Sus grandes ojos negros estaban mirándola a ella y brillaban de emoción; una sonrisa iluminaba su cara cuando le correspondió a sus pasos de baile.
Él miró a sus ojos almendrados detenidamente; parecían decirle que ella también sentía lo mismo. Si la besaba, ¿le rechazaría?
Entonces, como si ella estuviese hechizada acercó sus labios a su rostro. Fue deslizándose desde su cuello hasta la barbilla dulcemente.
Se le había adelantado. Aquella chica le estaba besando. Sonrió para sus adentros. Cuando vio que sus labios casi estaban tocándose, la detuvo.
La cara de la chica cambió, por un momento parecía que ella no comprendía por qué hacia eso. ¿Se había equivocado?
Él notó las dudas en sus pupilas y quiso sacarla de su error. Cogió su rostro entre sus manos y acercó su boca al oido.
- ¿Sabes? Nunca antes te había visto, pero es como si ya te conociera.
- Creo... -comenzó a decir ella, sin poder evitar reir-. Creo que me estoy enamorado.
- Te quiero.
Y, sin darle tiempo a que ella dijese nada más, la besó en los labios. Fue un beso largo, tierno, salvaje, corto, valiente y tímido. Era todo eso que ellos habían buscado y jamás habían encontrado. Hasta aquella noche tormentosa.

Pastelosoooooooo jajajajaja, pero muy bien. Lo único... si estña lloveindo no te llevas la chupa de cuero, es asesinarla xD
ResponderEliminarPD: no, no se publicó el comentario :P
Jajaja, ya te lo dije, pero tenía que escribir.
ResponderEliminarY lo de la cazadora de cuero tiene su explicación... ¿Conoces a alguien que aunque haya una fuerte tormenta salga a dar un paseo? ...
Pues eso mismo; lo puse para decir que todo le daba igual, que sólo quería sentir algo.
PD: ahora miro lo del comentario...